En el marco de los debates cruzados entre feminismo, posmodernismo, marxismo y los nuevos movimientos sociales, que han dado lugar a las llamadas políticas de la identidad, Brown defiende que los esfuerzos para prohibir la incitación al odio y la pornografía, por ejemplo, terminan legitimando al Estado. La verdadera democracia, insiste, exige compartir el poder, no regularlo para protegerse de él.