«La situación parecía convertirse en algo profundamente irreal por momentos. El retrato ya no significaba nada como tal. Como cuadro tampoco decía mucho. Lo que sí tenía sentido y existía con vida propia era la lucha infatigable e interminable que Alberto había emprendido para expresar en términos visuales, y a través del acto de pintar, una percepción de la realidad que, por casualidad, había coincidido con mi cabeza. Evidentemente, era imposible conseguir esto, pues lo que es abstracto por naturaleza nunca podrá concretarse sin alterar su esencia. Pero él se había comprometido y, de hecho, estaba condenado a lograr algo que, en ciertos momentos, parecía el castigo de Sísifo. Yo me encontraba temporalmente involucrado en ese intento. Pero a veces olvidaba la naturaleza temporal de mi compromiso. Entonces, el cuadro se convertía en algo irreal, aunque en cierto sentido era más que real, pues el origen de esta situación estaba en la naturaleza misma de la realidad. De hecho, nuestra presencia y relación parecían proceder y participar del absurdo, siendo ridículas y sublimes a un mismo tiempo.» «Este es