Entre 1978 y 1983, Vicuña recorrió las calles de Santiago, una ciudad llena de contrastes entre sus barrios, agitada, autocensurada y degradada. Buscaba esos márgenes donde el tiempo se detiene. A partir de las imágenes surge un país imaginario, encerrado en sí mismo, inmerso en una huida profunda que se cierne a la vuelta de cualquier esquina, en los bares, en los bailes, en los últimos días de una sala de cine.