Una columna de prensa es una flor entre las páginas de un libro. Una flor prensada (y pensada). Eso con suerte. Con menos suerte, cuando pasa el tiempo, una columna, esa flor de un día, es polvo.
Las columnas florecen en un minuto o en una semana. Como sea, su destino es marchitarse pronto. Si hay algo valioso en ellas pueden al menos presumir de conservar parte de su color. Si incluso conservan, tenue, apenas perceptible, algo de su olor, eso ya es un misterio.
La poesía, la novela, el cuento, el ensayo o el teatro aspiran a leerse siempre. La columna de prensa es mucho más humilde. La columna es la escritura del instante y está pensada para ser leída en el instante. En un viaje en autobús o mientras se toma un café en el bar. En el periódico en papel o en la pantalla del móvil acunado en la mano.
Si el lector o lectora encuentra en estas columnas un destello, un poco de humor o algo de memoria compartida, su recopilación habrá merecido la pena. No son las flores frescas que fueron, pero tal vez mantengan algo del interés de las figuras detenidas en los viejos mosaicos».