«¡Ultreya! Ése era el grito que lanzaban los peregrinos medievales al avistar las torres de la catedral compostelana desde la cúspide del cerro de Triacastela. Vale decir: no bastaba la ruta recorrida, no se conformaban los peregrinos con lo hecho, con lo ganado a pulso y a golpe de caminata y de piojos, ni con lo que la ciudad desplegada a sus pies les ofrecía. Tenían que ir más allá... Más allá de la indulgencia plenaria, más allá del jubileo (cuando había lugar a él), más allá del merecido descanso, más allá del horizonte dibujado por las cúpulas, cimborrios, chapiteles, atalayas y espadañas del enclave urbano más hermoso de la cristiandad ibérica." Justamente eso, lector amigo, es lo que en este instante te propongo, lo que ùsólo si te parece, si lo tienes a bien, si te tienta la aventura, si no te asusta el albur, si me otorgas tu confianza, si me nombras tu guía jacobeoù vamos a hacer juntos: gritar a pleno pulmón, y de la mano, ¡ultreya!, ir más allá de lo evidente, de lo patente, hurgar en la atiborrada trastienda del Camino de Santiago, buscar (y, a ser posi