La antropología teológica reconoce al hombre como una creatura finita y relativa, pero con un dinamismo de infinitud, imagen y semejanza de Dios. Esta perspectiva se contrapone a la idea de Sartre de que el hombre es una "pasión inútil", y en cambio, sugiere que es una pasión esperanzada. La acción del Espíritu de Dios en el ser humano hace que esa pasión no sea inútil y nos guía hacia la libertad del amor. La antropología teológica no añade a las características humanas, sino que ilumina su relación con lo divino.