Medea en realidad es un vestigio cultural, incapaz de revelar el verdadero sentido de la conmoción que despierta. La tragedia y su horizonte griego son irreproducibles, de ahí que expresamente esta edición presente unidos el ensayo «Medea en el aire» incluido en El llanto y la polis (La Oficina, 2019) y la traducción, cuya composición visual diferente tipografía según las artes del discurso: hablado, cantado, recitado; páginas blancas vacías que demoran la lectura o páginas tintadas que señalan una interrupción evoca, por medio de este artificio, aquella pérdida absoluta e irrecuperable. La traducción funciona así casi como un apéndice del ensayo inicial: ambos nos aproximan al momento en el que la casa (el linaje, los hijos, los vínculos) solo podía aparecer si aparecía también su destrucción la evidencia de la traición, la consecuente muerte de los niños, la imposibilidad del llanto, única forma de reconocer lo que irremisiblemente desaparecía para que la polis pudiera constituirse. Medea es a la vez agente y víctima de un crimen, cuya belleza última reside en recordarnos que hubo un origen, unos límites que, sobrepasados, extinguieron un mundo para fundar una ciudad uniforme sin otros vínculos que su propia organización.