ADROVER ROIG, DANIEL / AVENDAÑO TRUEBA, CARLOS / CALÉS DE JUAN, JOSÉ MARÍA / CALVO MERINO, BEATRIZ / DÍAZ MARDOMINGO, MARÍA DEL CARMEN / CASADO MARTÍN
La Neurociencia Cognitiva, como disciplina científica con entidad propia, aún parece resultar novedosa en numerosos ámbitos académicos de nuestro país (y en general en los países de habla hispana), donde solo comenzó a recibir un tímido reconocimiento hace apenas una década. Lo cierto, sin embargo, es que han pasado ya alrededor de 35 años desde que comenzó su andadura científica con la creación por Stephen Kosslyn (uno de los principales representantes de la moderna psicología cognitiva) en la universidad de Harvard del primer Instituto de Neurociencia Cognitiva del mundo; y 45 desde que Michael S. Gazzaniga y George A. Miller bautizaran a la nueva disciplina con el nombre de Neurociencia Cognitiva: ¡el tiempo nos recuerda una vez más que pasa volando!
El hecho de que fuera precisamente un psicólogo quien estableciera el primer laboratorio de neurociencia cognitiva pone expresamente de manifiesto la esencia de esta nueva disciplina: la confluencia entre neurociencia y psicología cognitiva sobre bases epistémicas y empíricas; es decir, el enriquecimiento mutuo de ambas disciplinas al decidir apostar por compartir las bases de conocimientos, técnicas de investigación y estrategias experimentales características de cada una de ellas.
El resultado de dicha confluencia no ha podido resultar más fructífero. Los laboratorios de neurociencia cognitiva se han extendido por todo el mundo, han proliferado desde entonces los equipos multidisciplinares de investigación, con la participación de neurocientíficos, psicólogos cognitivos, médicos, físicos, especialistas en inteligencia artificial, etc. Hasta tal punto esto es así, que hoy en día es de menor relevancia la formación académica de partida de los investigadores que se dedican al campo de la neurociencia cognitiva, ya que todos ellos acaban adquiriendo una formación netamente interdisciplinar, lo que posibilita un diálogo fluido y enriquecedor entre los especialistas de las distintas disciplinas.
El detonante que permitió despegar a esta joven disciplina fue el desarrollo a finales de los años 70 del siglo XX de las modernas técnicas de neuroimagen, que permitieron visualizar tanto la estructura como la actividad funcional del cerebro humano en vivo. Aunque hoy en día tales avances técnicos y las posibilidades que brindan parezcan triviales por la cotidianeidad con que se presentan en los medios de comunicación, no lo son en absoluto. Hasta entonces, la única forma de poner en relación con rigor la «estructura y función» del cerebro en sujetos humanos se basaba en el análisis neuropsicológico de las alteraciones funcionales que sufrían los pacientes con lesiones cerebrales y el análisis histológico post mortem de las estructuras dañadas. Es decir, los mismos procedimientos que utilizaban los investigadores del siglo XIX (e.g. Broca y Wernicke).
A la UNED le corresponde el honor de ser la primera Universidad española en la que se implantó en el año 2005 la materia de Neurociencia Cognitiva en el plan de estudios de la antigua Licenciatura en Psicología. Eso sí, se trataba entonces y se sigue tratando ahora en el Grado en Psicología de una asignatura semestral y optativa. Esto pone en evidencia una vez más la resistencia e injustificable retraso con el que las instituciones universitarias de nuestro país aceptan y abren paso a las nuevas disciplinas científicas, con respecto a los centros punteros en la investigación científica de Europa y Estados Unidos; así como el esfuerzo humano que comporta introducirlas y la timidez con que finalmente se acaban aceptando. De todos estos obstáculos, Don Santiago Ramón y Cajal (uno de los neurocientíficos más citados aún hoy en día en la literatura especializada) sabía también mucho, además de sus profundos conocimientos de neuroanatomía y los extraordinarios descubrimientos sobre la morfología de las neuronas y los mecanismos de conexión sináptica que le valieron la condecoración en 1906 con el Premio Nobel en Medicina.
Confiemos en que esta situación comience a cambiar pronto, o cuando menos que no tenga que pasar otro nuevo siglo para que quienes administran la ciencia en nuestro país comprendan definitivamente que ningún estado puede prosperar hoy en día sin invertir en investigación y ciencia.
¡Apostemos, pues, por el futuro!