Un modesto apartamento en la napolitana via Gemito que huele a pintura, trementina, aguarrás. Los muebles se aprietan contra las paredes para crear un estudio improvisado. Antes de ir a dormir, hay que retirar los lienzos colgados sobre las camas. Federí, empleado ferroviario, está convencido de poseer un gran talento artístico. Es ambicioso y obstinado, realmente dotado pero también arrogante y resentido, carcomido por la decepción y la frustración. Este personaje excesivo, mendaz, cuentista, marca mediante sus fantasías y su violencia –verbal y física– las vidas de cuantos le rodean. Pero ¿cómo contar la historia de un hombre cuyo pasado se difumina entre la mentira y la fabulación, de alguien que «creía que sus palabras podían moldear los hechos según sus deseos o remordimientos»? Este libro, escrito en funambulesco equilibrio sobre el hilo que separa la realidad de la invención, constituye un hito de la literatura contemporánea, un réquiem barroco y al mismo tiempo el fresco monumental de una familia, de una obsesión, de una ciudad.