Blas estaba encantado con su vida de gato: vivía en dos tejados y no le faltaba nada para comer. Lo tenía todo, pensaba. Solo bajaba a las calles en caso de necesidad, pues se sentía inseguro.
Así sentía hasta que un día vio una preciosa gatita en una ventana. En seguida se sintieron atraídos y charlaban y charlaban. Ella llevaba una vida totalmente diferente a la suya: comía comida de gatos, la llevaban al veterinario, llevaba un lazo rosa. Una vida que ella no quería dejar, llena de comodidades. Finalmente, convenció a Blas para que se quedara con ella, pero la reacción de su dueña al ver a ese gato callejero no fue la esperada.