«Fue el 15 de abril». El sonido de las sirenas antiaéreas irrumpe en la extraña cotidianidad de Izawa; en cuestión de minutos, los aviones americanos convierten su barrio de Tokio en un mar incendiado. El sentido de la vida y del arte; el sueldo de doscientos yenes para comprar tabaco, arroz y sopa de miso; la delgada línea que separa al entendimiento de la locura y a la angustia de los hombres del silencio estático de los niños; el afecto por una mujer reducida a los instintos de la carne, todo queda suspendido como las bombas en el aire antes de caer.