En los confines de la Tierra, a la misma altura que Groenlandia ycerca del Círculo Polar Ártico, existe un diminuto archipiélagollamado las islas Shetland. Allí la vida se abre paso con extremadificultad, entre gélidos vientos huracanados e impredecibles galernas que dejan a sus escasos habitantes incomunicados de manera constante, dependiendo con frecuencia de aeronaves militares que les suministran provisiones para sobrevivir.Tal vez gracias a su arraigada identidad vikinga (aun cuando estasislas oficialmente forman parte de Escocia, sus habitantes se sientennórdicos, y tanto las personas como las calles o las embarcacionessuelen tener nombres escandinavos y se vandalizan los letreros delGobierno escocés), en este recóndito paraje vive felizmente un puñadode humanos que a lo largo de generaciones ha ido aprendiendo no sólo a salir adelante en condiciones extremas, sino a amar este territoriosalvaje y a llevarlo en la sangre como un hogar irremplazable. Perojamás lo habrían conseguido si no hubiera sido por una raza particular de robustos ponis que ha ido evolucionando durante siglos paraadaptarse a ese cli