AA.VV
Durante mucho tiempo se ha definido a la persona sin hogar casi exclusivamente bajo un perfil estandarizado: un hombre de entre 40 y 60 años, con adicciones y problemas de salud mental, víctima de rupturas familiares y que vive en la vía pública, en alojamientos de fortuna (cajeros, portales, etc.) o en la red de albergues. Sin embargo, ese perfil no respondía a la lógica de la desigualdad socioeconómica (clase social, desempleo, etc.), sino más bien a dinámicas propias de separación de las personas de la normalidad social. Así, haber crecido en un entorno con progenitores consumidores de sustancias, los procesos de institucionalización, la violencia familiar y de género, sufrir una lesión, enfermedad o accidente grave, o haber estado en la cárcel podían actuar como desencadenantes de un proceso de exclusión progresiva. Numerosos estudios han puesto de manifiesto que el uso de ese perfil ya no sirve para describir la realidad; es muy importante tener en cuenta que sinhogarismo no es sinónimo de situación de calle, pues este impacta también en mujeres, personas jóvenes, personas LGTBIAQ+, personas migrantes,