Antes de la contaminación, Los Ángeles representaba un soleado, alegre paraíso donde la vida era sencilla para
generaciones de americanos que siguieron el consejo de Horace Greeley: "¡Ve al Oeste, joven!". Su atractivo era
incluso más intenso en los años treinta para los europeos con razones más urgentes para mirar en dirección oeste.
Desde el momento en que Hitler llegó al poder en 1933, se produjo un flujo continuo de alemanes liberales y judíos
-entre ellos la elite de la cultura- que necesitaban un punto de reunión para construir una Nueva Weimar y preservar
la cultura germana frente al Holocausto. Los Ángeles cumplía los requisitos, y mientras la Alemania nazi se apoderaba
gradualmente del resto de Europa, la corriente de emigrantes se convirtió en una avalancha: austríacos, checos,
franceses, escandinavos, británicos, todos se vieron temporal o permanentemente aislados en el sur de California.