En una novela tiene que haber un héroe, y aquí se han reunido deliberadamente todos los rasgos del antihéroe, dice el narrador. Un funcionario, ya retirado, que se dirige a un imaginario público a partir del recuerdo de una anécdota de juventud. La novela empieza a poblarse de personajes que acaban de perfilar, con sus juergas y sus desaires, el característico universo dostoievskiano.