Hablar de la relación de Goya con el mundo de los toros presenta una complejidad mayor que la que supone la simple búsqueda de datos. Desde el s. XIX se fue imponiendo una visión de Goya como apasionado de la fiesta taurina que ha condicionado la percepción de sus obras. Algunos de sus biógrafos le convirtieron en un fanático de las corridas, producto de una visión romántica que concebía la vida del artista como una obra de arte en sí misma. La mayor parte de los investigadores estudia sus obras de modo aislado, condicionados por investigaciones en los que la fiesta de los toros constituía el eje conductor.